Ser mamá hace que cada detalle nos preocupe, y cuando nadie parece entender el porqué de ciertas señales, la angustia crece. Cuando nos mudamos y mi hijo sufrió un cambio fuerte (casa, escuela, terapeutas), empezamos el proceso de pedir citas y evaluaciones. En una consulta con un neurólogo, después de apenas cinco minutos, nos dijeron que “no tenía autismo”, que, en el mejor de los casos, cualquier rasgo sería muy leve, y señalaron solo un retraso en el desarrollo y algunos problemas sensoriales.
Escuchar eso fue al mismo tiempo un alivio y una sorpresa. Quise creerlo, necesitábamos esperanza. Pero mi instinto me decía otra cosa, al observar a mi hijo en casa, sus reacciones, sus necesidades y las señales que habíamos ido aprendiendo, sentí que aquello no podía ser todo. Por eso decidimos pedir una segunda opinión.
En la siguiente evaluación los signos que yo había visto, inquietud extrema en la sala de espera, taparse los oídos, gritos, tirarse al suelo, fueron interpretados con más detalle. Tras pruebas y evaluaciones más amplias, nos dieron un diagnóstico claro, autismo y TDAH. Fue un golpe, un balde de agua fría, pero también un gran alivio, mi intuición, la que me movió a insistir, tenía razón. Ahora sabíamos con qué estábamos lidiando y qué apoyos necesitaba mi hijo.
Esta experiencia me enseñó varias cosas que quiero compartir con otras familias:
- Confía en tu instinto. Los padres conocemos a nuestros hijos, cuando algo nos suena distinto, no lo descartemos por comodidad.
- Pide segundas (y terceras) opiniones. Un profesional puede tener una visión limitada por el tiempo o el contexto, otra evaluación puede ver lo que falta.
- Documenta comportamientos. Videos, notas y ejemplos concretos ayudan a los especialistas a comprender lo que ocurre en distintos entornos.
- Busca equipos multidisciplinarios. Neurología, psicología, terapia ocupacional y logopedia, entre otros, suelen ofrecer una visión más completa.
- No te rindas en la defensa de tu hijo. Si tú no luchas por respuestas y apoyos, es poco probable que alguien más lo haga con la misma persistencia.
Recibir el diagnóstico fue al mismo tiempo una carga y una luz: una carga por la realidad de lo que vendría, y una luz porque por fin pudimos acceder a las terapias y estrategias específicas que mi hijo necesitaba para avanzar.
Si estás pasando por algo similar, quiero que sepas que no estás sola/o. Insiste, documenta, pide opiniones y confía en tu voz de madre o padre. ¿A alguien más le pasó algo parecido? ¿Qué consejos darías a quienes todavía están buscando respuestas? Compartir nuestras experiencias ayuda a otras familias. 💙

Deja una respuesta